«He jurado no tener sexo sino hasta encontrar al hombre ideal». Eso le confió una chica a otra «¡Qué bella promesa! -se admiró la que escuchó la confidencia-. Debes sentirte muy orgullosa». «Así me siento -reconoció la primera-. El que está muy encabronado es mi marido». Don Fenecio se hallaba en el lecho de su última agonía. Con voz feble se dirigió a su esposa. «Aspidia -le dijo-: de los nueve hijos que tenemos el menor es por completo distinto a los demás. Pienso que es de diferente padre que los otros. Ahora que se me acaba ya la vida dime la verdad: ¿es cierta mi sospecha?». «Es cierta -admitió la señora, atribulada-. Ese niño tiene diferente padre que los otros ocho». «Lo sabía -dijo con un gemido don Fenecio-. Pero no quiero irme de este mundo con la duda. Dime: ¿quién es el padre de esa criatura?». Respondió doña Aspidia: «Tú». Me da pena decirlo, pero en la lucha entre la economía y la política siempre a final de cuentas saldrá vencedora la economía. Tenía razón Marx, con igual pena lo digo, cuando hizo de lo económico el principal motor de la actividad humana. La economía es estructura; superestructura todo lo demás. El poder es muy poderoso, pero el dinero es más poderoso aún. Por eso acertó también Carlos Hank González, quien dijo en frase mil veces repetida que un político pobre es un pobre político. Cuando se va el dinero las consecuencias son mil veces más funestas que cuando el amor se va. La mayor causa de divorcios no está en la cama sino en la bolsa. En igual forma los países de donde huye el dinero -ese gran cobardón- entran en apuros. Díganlo si no Cuba y Venezuela, cuya economía se debilitó al tiempo que sus dictaduras se fortalecían. Un gobernante que hace salir de su país el dinero, o que estorba que venga por temor de los inversionistas, no es un buen gobernante. Esto que digo suena a capitalismo, es cierto, pero cuidar los capitales es de importancia capital. En la cama la esposa del provecto señor le comentó, enojada: «Ya veo que no ahorraste nada para la jubilación». La pizpireta chica le dijo a su tímido pretendiente: «Quiero un hombre guapo, musculoso, simpático, agradable, inteligente y rico, Juan». «Qué lástima -se condolió el muchacho-. Lo único que soy de todo eso es Juan». Ava Pola, famosa actriz de Hollywood, declaró en rueda de prensa: «Estoy celebrando mis bodas de plata matrimoniales». Le preguntó un reportero: «¿25 años de casada?». «No -aclaró Ava-. 25 matrimonios». Hacía mucho tiempo que esta columna no tenía problemas con doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías y censora de la pública moral. (Y también de la privada, cuando se atraviesa). La ilustre dama leyó el chascarrillo que en seguida viene y sufrió un episodio de pitanga que la dejó extenuada y macilenta. Las personas con repulgos de pudicia deben apartar la vista de ese vitando cuento. Loretela casó con Leovigildo. La noche de las bodas el flamante marido le hizo a su dulcinea una confesión: había perdido un pie en un accidente, pero usaba uno artificial. Tal circunstancia no fue óbice para que los recién casados disfrutaran a plenitud su noche nupcial. Bien dijo el clásico latino: «Omnia vincit amor». El amor todo lo vence. No sé cuál de todos los clásicos latinos lo dijo, porque hay muchos. Según el padre Pólit pasan de 54. Al día siguiente de la noche anterior Loretela llamó por teléfono a su madre, aprovechando que Leovigildo había salido, y le dijo: «Mami: Leovigildo no tiene un pie». «Que eso no te preocupe -respondió la sabia señora-. Tu papá no tiene ni la décima parte de esa medida, y bien que nos la hemos arreglado». FIN.
MIRADOR
Mi generación se formó un 10 por ciento en el hogar y la escuela, y un 90 por ciento en el cine.
Caminábamos a la manera de John Wayne. Hablábamos entre dientes, igual que Humphrey Bogart.
Nos peinábamos como James Dean.
La vida imitaba al cine en vez de que el cine fuera una copia de la vida. En esto, como en muchas otras cosas, Oscar Wilde tuvo razón.
Yo soy cinéfilo, y en estos días en que no puedo ir al cine voy todos los días al cine. Quiero decir que estoy viendo una vez más mis películas favoritas, ahora en la pantalla de mi televisor. Cine en pantuflas, como dicen.
También estoy leyendo mucho sobre cine, y acerca de quienes hicieron del cine «el séptimo arte». ¡Cuántas vidas, y qué pocas muertes! Clark Gable murió, sí, pero Rhett Butler no. Rita Hayworth se fue, pero Gilda vive aún.
Mientras haya vida habrá cine, digo yo.
Si no hubiera cine ¿en qué se inspiraría la vida?
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…La gallina es muy romántica…»
Es verdadero ese fallo:
pa’ que el ave que se cita
saque un pollito o pollita
tienen que llevarle gallo.