«Sin debate, sin crítica, ningún Gobierno y ningún país puede tener éxito, y ninguna república puede sobrevivir».
JOHN F. KENNEDY
No fue por falta de control sino por decisión. El presidente estadounidense Donald Trump salió a interrumpir sistemáticamente a su rival demócrata en el debate presidencial del martes por la noche en Cleveland, Ohio. Lo hizo desde el primer momento y de manera reiterada. No había forma de que el moderador Chris Wallace, quien no tenía manera de apagar los micrófonos de los participantes, pudiera impedirlo. La estrategia era no permitir a Joe Biden terminar una sola frase, un solo argumento.
«¡Qué poco presidencial!», exclamó Biden, quien continuamente se quejó, junto con el moderador, de las interrupciones. El propio Wallace le recordó a Trump que su equipo había aceptado que las participaciones de cada candidato serían de dos minutos sin interrupciones. Pero de nada sirvió. Trump se mantuvo fiel a su estrategia y nunca dejó de interrumpir.
¿Tendrá que pagar el Presidente un costo político por su estrategia? No me queda claro. A ojos de muchos de sus simpatizantes, y quizá también de algunos indecisos, Trump mostró fuerza y decisión ante un oponente débil, incapaz de detener al bully del debate. Si el propósito del ejercicio era demostrar que el Presidente es más vigoroso e impositivo, aunque sea irresponsable, quizá se haya anotado puntos. En el debate salió a relucir nuevamente su personaje abusivo y arrogante del reality show «El aprendiz». Pero esto no necesariamente descalifica a Trump en una carrera presidencial en la que la prepotencia es vista como fortaleza por muchos.
Las encuestas rápidas, los flash polls, que levantan las cadenas de televisión de Estados Unidos después de los debates sugieren que el pleito marrullero cambió pocas opiniones. La CBS mostró que el 48 por ciento de los votantes que vieron el debate consideraba que el ganador era Biden y 41 por ciento Trump, mientras que 10 por ciento veía un empate. Estas cifras coinciden con las de las encuestas habituales que señalan la intención de voto para los comicios. En otras palabras, cada quien vio a su candidato como ganador. Lo curioso es que la encuesta de Telemundo, dirigida al público de habla española, mostró como triunfador a Trump con 66 por ciento contra 34 por ciento de Biden. Quizá los electores hispanos tienen una mayor admiración que la generalidad de los estadounidenses por un polemista que no permite hablar a su contendiente.
Uno pensaría que un candidato tan abusivo, tan intolerante, sería rechazado de manera automática por los electores, pero el voto duro de Trump parece más sólido que nunca. Esto es quizá producto de la polarización en el ánimo político en estos tiempos de las redes sociales. Cuando una persona no tiene acceso a más opiniones que las de quienes siempre comparten sus ideas y sus prejuicios, será incapaz de aceptar cualquier información o argumento que no corresponda a su cuadro previo de ideas.
Todo ciudadano razonable y pensante sabe que en un debate el que más grita no necesariamente tiene la razón, sino simplemente más pulmón o más obcecación. Por eso preocupa que en un debate en el que uno de los participantes se dedicó a descalificar y a interrumpir a su rival, el agresor no pierda simpatías, sino que quizá las profundice. El falso debate del martes es así una demostración de que estamos dejando atrás la política de ideas y de argumentos, que está siendo reemplazada por una de circo, de reality show.
DE TODAS FORMAS
Dice AMLO que, si la Suprema Corte rechaza su consulta para juzgar a los ex-presidentes, mandará una iniciativa al Congreso para modificar el artículo 35 de la Constitución. En otras palabras, si la consulta viola las garantías individuales, la respuesta del Presidente será enmendar la Constitución para que se puedan violar estos derechos.