En una noche destinada a honrar a los muertos, el país volvió a enfrentar el dolor de perder a un vivo. Durante el tradicional Festival de Velas del 1 de noviembre, el alcalde Carlos Alberto Manzo Rodríguez fue asesinado a plena vista del pueblo que gobernaba. Lo que debía ser una jornada de memoria y esperanza se transformó en una escena de tragedia nacional.

Manzo, quien había denunciado en repetidas ocasiones la violencia del crimen organizado y la falta de respuesta institucional, murió como vivió: enfrentando al miedo con palabra firme. Su asesinato no solo apagó una vida, también encendió una conversación necesaria sobre el México que somos y el que estamos permitiendo.
Cuando la tradición se cruza con la violencia
El Día de Muertos representa una de las costumbres más profundas de nuestra identidad: celebrar la vida a través del recuerdo. Pero este año, la tradición se tiñó de sangre. La muerte de un líder político en plena festividad volvió a recordarnos que en México los altares no siempre son para quienes se fueron por causas naturales, sino también para quienes fueron silenciados por alzar la voz.
Uruapan, uno de los municipios más golpeados por la violencia en Michoacán, se convirtió en el reflejo del país entero: un lugar donde las balas sustituyen los discursos, donde los líderes honestos pagan el precio de enfrentar la corrupción y la impunidad.
Un país que sigue contando muertos
México sigue siendo uno de los países más peligrosos para ejercer la política.
Tan solo en los últimos meses, distintos alcaldes, funcionarios locales y defensores sociales han sido víctimas de ataques o asesinatos. De acuerdo con organismos de seguridad y observatorios ciudadanos, más de 200 crímenes con motivaciones políticas se han registrado entre 2024 y 2025, una cifra que exhibe el riesgo de servir desde el ámbito público en regiones dominadas por el crimen organizado.
A esta violencia política se suma otra menos visible pero igual alarmante: la que viven líderes sociales y ambientalistas, muchos de ellos asesinados por defender su tierra o denunciar abusos. En todos los casos, el patrón se repite: impunidad, silencio y olvido.
El eco político: la sombra de Morena y el desencanto social
La muerte de Carlos Manzo también reabre el debate sobre la crisis de seguridad en los gobiernos locales y el papel del partido Morena, hoy señalado por la falta de estrategia efectiva frente al crimen. En varios estados, la violencia ha alcanzado a sus propios representantes, evidenciando un escenario en el que el poder no garantiza protección ni justicia.
El discurso de “transformación” se enfrenta a su mayor reto: un país donde los alcaldes son ejecutados y los ciudadanos viven con miedo. En ese contexto, la indignación no distingue colores; el duelo se vuelve colectivo y el desencanto, nacional.
“Mataron al mejor presidente de México”
Entre el llanto y la incredulidad, Grecia Quiroz García, esposa del alcalde, despidió a su compañero con palabras que estremecieron a todo el país:
“Está llorando otra madre, la madre del hombre que asesinó al alcalde Carlos Manzo».
Grecia Quiroz
Su mensaje fue más que una despedida: una reflexión sobre las raíces de la violencia. Si la educación, el amor y los valores familiares se perdieron, el resultado es un país donde la vida se devalúa y la justicia se posterga.

México entre la costumbre y el miedo
Hoy, México está de luto. Un luto que no solo llora la muerte de un hombre valiente, sino el desgaste de una sociedad que se acostumbra a vivir entre la corrupción, la impunidad y la violencia. Cada día, nuevas víctimas se suman a la lista de los que hablaron demasiado alto, de los que decidieron no callar.
La muerte de Carlos Manzo no debería ser otra estadística más. Debería ser el punto de inflexión para repensar el país que estamos construyendo: uno donde el miedo no siga dictando quién puede vivir y quién no.

