La semántica es una convención, por la cual cuando alguien dice rojo se refiere al color que vemos como el reflejo de una luz de una longitud de onda de entre 618 y 780 nanómetros y que, para que todos nos entendamos, tiene como referencia el color de la sangre de los vertebrados, que como adjetivo puede referirse a un comunista, que en las señales advierte peligro, que en los semáforos ordena hacer alto y etcétera.
La comunicación humana se volvería imposible sin las convenciones semánticas, pues para hablar de un ejemplo citado pensemos en lo que pasaría si algunos llamaran verde al rojo y luego imaginémonos la discusión entre uno de éstos y un agente de tráfico que lo detiene por haberse pasado la luz roja.
Para no abundar en obviedades, recordamos que en estas líneas ya hablamos de que el problema que nos plantea el Presidente es que en su empeño de ponerse por encima de todo y de todos, y ante lo poco que le gusta la realidad, huye hacia adelante dotando a las palabras de nuestro idioma de nuevos significados, haciendo estallar lo mismo las normas del lenguaje, lo que igual le sirve para dinamitar el estado de derecho, demoler instituciones, socavar la división de poderes, en el empeño no sólo de dictar la agenda del debate nacional, sino de crear una realidad que le acomode a sus esquemas mentales.
Allí donde él es el más conservador de los presidentes en varias décadas, llama a sus enemigos conservadores; allí donde se cuentan sus fracasos en seguridad y economía él ve un caso de éxito; en el desmantelamiento de nuestra frágil democracia y en la restauración de los usos políticos previos a la reforma, él ve una transformación; y allí donde su gestión de la pandemia es un desastre en curso, él dice que somos ejemplares respecto a otros países.
Todo esto se corrobora luego de que no calculó los efectos de por lo menos obligar a que alguien filtrara los videos de entrega de dinero a dos prominentes panistas, pues lo que encontró fue que trajo de nuevo a la actualidad los casos de René Bejarano y Carlos Ímaz, aunque eso era el principio, pues ahora la comidilla nacional es el video en que su hermano, Pío López Obrador, recibe dinero para la campaña del hoy mandatario.
La revelación de Loret, por supuesto, ya tuvo la respuesta del Presidente, que no sabemos a qué vino exactamente a Aguascalientes, pero que aprovechó el micrófono para darle otro giro de tuerca a la realidad, pues lo que es una muestra de podredumbre en el caso de los panistas, es casi un acto virtuoso cuando se habla de sus colaboradores y su hermano.
Para el caso de Bejarano e Ímaz, AMLO dijo que la diferencia, como si fuera cierto que se puede robar mucho o poquito, como dijo aquel tristemente célebre Layín, era que ‘antes eran fajos y hoy son maletas’, y para el de su hermano que lo de los videos ligados al caso Lozoya es ‘mordida’ y en el caso de su familiar son ‘aportaciones’, de tal manera que lo que en sus opositores es corrupción en su caso es un acto de filantropía.
Ante estas aclaraciones que nos pretenden caracterizar como retardados, hay que entender que viniendo del mandatario lo que en realidad sentimos es bienestar y pura felicidad.